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Nuestra Educación Musical

por | Dic 5, 2017 | Artículo

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Por: Carlos Bautista Rojas – Fuente: http://algarabia.com/curiosidades/nuestra-educacion-musical/

¿Por qué la mayoría de los mexicanos carecemos de formación musical? ¿Qué pasa en la educación secundaria para jamás volver a tener ganas (salvo contadas excepciones) de tocar un instrumento en la vida?

Presentamos una breve reflexión sobre estas experiencias.

Cuenta la leyenda, que Luis Echeverría Álvarez el entonces presidente de la república, al llegar al aeropuerto de Tokio fue recibido por cientos de niños nipones que interpretaban melodías mexicanas con diversas flautas: Dulces, barrocas, escolares, de pico…

Afirman que este concierto emocionó tanto al preciso que instruyó al entonces secretario de educación pública, para que a partir de ese momento en todas las escuelas públicas de México, la Flauta dulce se convirtiera en el instrumento oficial para la enseñanza musical.

Flauta dulce o muerte.

Por supuesto una instrucción así de arbitraria, sin la menor preparación logística ni docente (¿de donde se iban a sacar cientos de miles de maestros en educación musical para todas las escuelas del país?) no auguraba nada bueno, pero aquella era la época en que si el mandatario decidía vestir de guayabera en un evento oficial, de inmediato toda la nómina gubernamental aparecía uniformada con la misma prenda y sin el menor cuestionamiento. Como ahora el saco y la corbata son de rigor en las ceremonias oficiales, así se trate de la presentación de un libro o de una fiesta infantil.

Haiga sido como haiga sido” la orden de que así sería la educación musical en México, lo cierto es que hasta la fecha la flauta dulce es el único instrumento admitido en esta disciplina sin importar si algún alumno ya sabe tocar la guitarra, los teclados, o algún otro instrumento. ¡Flauta dulce o no entra mi clase! aún recuerdo nítidos los gritos de varios profesores de educación artística, cuando les argumentaba que ya sabía tocar el piano…

Carnicería Sandy

Heredarás las babas…

Aunque ahora es muy sencillo conseguir una flauta dulce en cualquier papelería o incluso en el supermercado, hace 40 años era necesario buscar el instrumento en una sucursal Yamaha. Porque si uno se atrevía a llegar a la clase con cualquier otra marca, además del consabido regañó, lo único seguro era llevarse algo más que un zape o un jalón de pelos.

Las tiendas musicales eran una opción, pero luego de que miles de niños buscarán al mismo tiempo el susodicho instrumento, comenzó uno de los peregrinajes más infructuosos y menos registrados de nuestra historia patria.

Por la misma razón que conseguir la flauta era un asunto más de suerte que de recursos. Las primeras que llegaron a los salones escolares fueron robadas e inmediato las madres de estos niños descuidados decidieron marcar la nueva flauta.

Las madres de estos niños descuidados decidieron marcar la nueva flauta de su hijo con barniz de uñas para distinguirlo del resto, pero al poco tiempo todas las flautas tenían marcas similares. Por ello las madres llegaron al extremo de grabar las iniciales (en algunos casos el nombre completo) de su hijo, en la flauta con un cuchillo con un clavo caliente; con el uso, las letras (enormes burdas o ilegibles) resaltaban debido a la mugre que ya no salía ni limpiandola con alcohol.

Y hablando de higiene ¿quién no recuerda el bonito momento en que la flauta empezaba a chorrear baba (literal) luego de algún rato de uso?, por supuesto la primera reacción era sacudirla (Sin albur) y más de un compañero cercano quedaba atónito preguntándose cómo es que empezaba a llover bajo techo…

El colmo de la escases de instrumentos vino cuando los estudiantes heredaron la flauta a sus hermanos menores. A las marcas del nombre anterior se añadían los del actual y así en lo sucesivo según la cantidad de hermanos que se tuvieran, pero por más asquerosas que fueran estás manchas jamás lo serían tanto como la saliva acumulada por los años.

Tikal

¡Hay camoteeeees!

Los primeros intentos de emitir algún sonido con la flauta dulce eran estridentes y desagradables, más cercanos al silbato del camotero que al concierto que conmovió al presidente, y si esto lo multiplicamos por un promedio de entre 30 y 50 niños por clase, es entendible porque más de un maestro de educación musical en su intento de “despertar la sensibilidad artística” de sus alumnos, sólo sintiera despertar un instinto asesino que le devolvería el silencio.

Por ello no faltó el maestro que prohibiera ensayar en clase. ¡Practiquen en su casa!, aquí sólo se toca el día del examen… ¿Cuántas personas de pronto no vieron perturbado su entorno por un niño que intentaba una y otra vez reproducir las primeras notas del himno a la alegría, sin hacer sangrar los oídos de sus vecinos? Que no se reportaran de pronto asesinatos de estudiantes en masa es prueba de que los mexicanos aguantamos vara, aparte de que nos encanta el escándalo y el ruido.

Días de examen.

Como todo instrumento de aliento, la flauta es un objeto delicado, que si no se limpia, guarda y emplea con sumo cuidado, su sonido se altera. Imagínese a que sonaban esas flautas que se usaban para jugar “espadazos” durante el recreo o las horas muertas, que se desarmaban de un chingadazo y que de seguro muy pocas veces se limpiaban.

A pesar de que las clases eran (en su mayoría, pues en algún punto seguro hubo excepciones notables) insulsas y aburridas, limitadas a “copien de la página tal a la tal y ensayen en su casa tales canciones” y de que jamás se tomaban en cuenta los gustos musicales de los alumnos (ni por accidente se le hubiera ocurrido a un maestro pedir opinión alguna) no faltaba el Teto, el ñoñazo que hacía todo al pie de la letra y, a pesar de tener todo en contra, aprendía a tocar el instrumento, sino con maestría si por lo menos de forma pasable.

Ya estos ñoñazos (como en cualquier otra materia se recurría los días de examen para que ellos ejecutarán la melodía a calificar mientras uno simulaba tocar moviendo los dedos) quien sí sabía tocar se apiadaba de nuestra impericia aprovechando que el maestro, harto de oír 30 veces el Himno a la Alegría ni volteara a ver al alumno en cuestión.

La Iguana

El cuaderno vacío.

Un poco menos complicado, pero igual de azaroso, era encontrar el cuaderno pautado cuyo rango de vida era harto predecible: Forrarlo del color que hubiera pedido el profesor (entonces libros y cuadernos debían forrarse con papel y plástico) membretar el nombre del alumno, grupo, grado y materia. Después de tal ceremonia, del cuaderno pautado no llegaba a usarse más allá de su primera hoja (luego de marcar las notas musicales en la escala de sol) y ya. Así que el mismo cuaderno servía para el año entrante, sólo se le arrancaba la primera hoja y al año siguiente lo mismo.

Ese cuaderno podría ser la prueba pericial de porque nuestra educación musical es casi nula y porque jamás pasamos de memorizar una que otra canción Como “martinillo”las mañanitas”, “cielito lindo” y ya los muy doctos “la marcha de Zacatecas”.

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